De pequeño quería ser biólogo; pero me gustaba escribir, leía mucho y pensaba que también yo podría llevar al papel lo que imaginaba. Lo que me dictaban los sueños. En mis historias siempre estaba yo, de ahí que la mayoría de los nombres de mis protagonistas comenzasen por A; aunque el primer gran personaje que recuerdo se llamase Pedro, un alumno tímido y atolondrado cuyo nombre aún me cuesta pronunciar. Pasarían aún algunos años hasta que diera con mi álter ego: Alberto Pilares.
Escribí mi primera novela con quince años. Tenía un título horrible, Crimen de ricos, e imitaba aquellas novelitas policíacas de Erle Stanley Gardner o Ellery Queen. Era un desastre, previsible y muy poco interesante. Aún la guardo.
Me gustaba tanto la escritura que pese a la opinión familiar acabé estudiando Ciencias de la Información —vaya usted a saber por qué— y creando mis propias revistas culturales junto a soñadores tan ilusos como yo. La primera Nuevas Tertulias, cabecera que remitía a cuestiones poco literarias tal vez, pero de la que se editaron 18 números; la segunda, Diálogos, más breve pero en color, lo que le daba vistosidad.
En aquellos años escribía mucha poesía, llegué a publicar un poemario titulado El canto de la memoria y más tarde algunos poemas aparecieron incluso en la prestigiosa revista Zurgai.
Cuando me notificaron que había quedado finalista en el Ciudad de Barbastro, un amigo me dijo que por fin se daba cuenta de que era escritor. Me hizo ilusión tanta fe en mí. La novela acabaría siendo traducida al euskera y publicada bajo el título de Hektorren agenda. Años después se publicaría en su idioma original, lo que son las cosas.
Desde entonces he formado parte de dos editoriales independientes (Elea y Libros de pizarra), de dos asociaciones culturales (Asociación de Escritores de Euskadi y AleaBilbao), he llevado durante años la web escritoresvascos.com con el propósito de unir lo imposible, y he seguido publicando con más o menos fortuna. De momento, nueve libros.